El pensamiento de la posmodernidad, caracterizado por la incertidumbre, el fin de los grandes metarrelatos, la crisis del sentido de la vida y el dominio de la racionalidad científica, encuentra en las ideas de Søren Kierkegaard, catalogado como el abuelo del existencialismo, unas referencias indispensables para analizar la marea filosófica en la que nos ha sumergido esta corriente. Su concepto del salto existencial, un acto de fe que trasciende la lógica y la moral, se alinea con la antifilosofía propuesta por Boris Groys en su obra Introducción a la antifilosofía, donde se critica la confianza absoluta en la razón como única vía al conocimiento. En este contexto, donde las decisiones son cada vez más influenciadas por algoritmos y sistemas racionales, la propuesta de Kierkegaard y la antifilosofía nos liberan de esta esclavitud y nos ofrecen una alternativa radical: una decisión existencial que se enfrenta a la crisis y la angustia con una libertad que va más allá de la evidencia racional, lo que llamaremos el salto de fe.
Desde Platón hasta Descartes, la filosofía occidental ha confiado en la razón como el único camino hacia la verdad. Platón, en su obra República (1997/380 a.C.), defendía que la auténtica realidad reside en las Ideas, accesibles sólo a través del pensamiento puro, tal como se expone en el libro VII (514a-517c). Por otro lado, Descartes, en sus Meditaciones metafísicas (2013/1641), somete todo a duda excepto el cogito ergo sum, afirmando que el pensamiento racional es la base última del conocimiento (p. 18). Sin embargo, la antifilosofía, tal como la presenta Boris Groys, desafía esta confianza exclusiva en la razón. Según Groys, la tradición filosófica impone la evidencia como un principio absoluto, lo que termina convirtiéndose en una coacción más que en una verdadera libertad. «La filosofía que se nos somete allí a una coacción lógica aún más exterior, porque confía en que todas las personas aceptarán la lógica de la idea» (Groys, 2016). En otras palabras, la racionalidad no es simplemente el paso del mito al logos, sino también un nuevo sistema de control que nos obliga a aceptar lo lógico como la única vía legítima de pensamiento.
Más aún, Kierkegaard anticipa esta crítica al afirmar que la razón no es suficiente para guiar la existencia humana. La vida no se reduce a lógica o evidencias, sino que está marcada por la incertidumbre, la desesperación y el miedo. Como señala Samir Alarbid, Kierkegaard contrapone al «pensador objetivo», que confía en la razón, con el «pensador subjetivo», quien «con la intensidad de su sentimiento alcanza un conocimiento pleno de la existencia» (Alarbid, 2008, p. 117). Así, la existencia auténtica no se encuentra exclusivamente en la racionalidad, sino en la experiencia personal y subjetiva del individuo. Es evidente que la tesis kierkegaardiana no se refiere a una “subjetivación” o a una “relativización” de la verdad en el sentido usual de las expresiones. “Si cabe hablar de ‘subjetivación’ es en el sentido preciso en que la verdad no permanece, simplemente, exterior al sujeto, sino que se interioriza en una verificación existencial” (Alarbid, 2008, p. 125). Si la razón no basta, ¿qué nos queda? Kierkegaard introduce el concepto de salto existencial, un acto de fe que desafía tanto la lógica como la moral tradicional. En su obra Temor y temblor, escrita bajo el pseudónimo de Johannes de Silentio, analiza la historia de Abraham, quien, por mandato de su Dios, se dispone a sacrificar a su hijo Isaac. Para la razón, este acto es incomprensible; desde la ética, es injustificable. Sin embargo, Abraham actúa «en virtud de lo absurdo» (Kierkegaard, 2001), confiando en una realidad que escapa a toda mediación lógica, si no en un estadio superior.
Esta decisión carece de justificación racional, lo que la convierte en un acto antifilosófico por excelencia. Según Martín Valdez, «La fe se presenta al entendimiento como una paradoja, cuya resolución se encuentra más allá del alcance de la razón humana» (Valdez, 2014, p. 156). En otras palabras, el salto existencial implica aceptar lo incomprensible y actuar sin garantías, confiando solo en una verdad que podría ser catalogada como irracional por algunos, pero que, al situarse más allá de la razón, no por ello es irracional. En esto radica la experiencia de lo absurdo: confrontarnos a aquello que no conocemos, más aún, que no podemos conocer, y, sin embargo, creer (Valdez, 2014). En el mundo posmoderno, este salto tiene una resonancia particular, ya que muchas decisiones clave —desde dejar un empleo estable hasta desconectarse de la tecnología— no son racionalmente justificables, pero siguen siendo fundamentales para la identidad del individuo. Como señala Groys, «el salto existencial es necesario cuando la evidencia inmediata ha perdido su poder, pero resulta, no obstante, inevitable adoptar una posición en relación con la realidad» (Groys, 2016).
Hoy, en pleno 2025, en una sociedad que está camino a ser gobernada por la inteligencia artificial y el análisis de datos, cada decisión parece estar predeterminada por patrones predictivos. Sin embargo, el determinismo algorítmico impone una racionalidad externa que limita la libertad del sujeto. En contraposición, el salto existencial de Kierkegaard es un acto de resistencia ante esta mecanización del pensamiento, una afirmación de la autonomía individual frente a la lógica impuesta por la sociedad. Frente a esto, Kierkegaard distingue tres estadios de la existencia. En primer lugar, el estadio estético, en el cual el individuo busca el placer y evita la angustia. En segundo lugar, el estadio ético, donde el individuo asume la responsabilidad moral y vive conforme a las reglas de su sociedad. Por último, el estadio religioso, en el cual el individuo (el particular) realiza el salto de fe y entra en una relación directa con lo absoluto (Dios).
El estadio religioso representa la máxima ruptura con la racionalidad filosófica, ya que coloca la fe por encima de cualquier otro principio. Para Kierkegaard, «la verdad no es algo exterior, sino una vivencia interior del sujeto» (Alarbid, 2008, p. 120). Esto significa que el sentido de la existencia no se encuentra en sistemas filosóficos ni en leyes racionales, sino en la decisión individual de creer. Desde la antifilosofía, este estadio es una transgresión total de la lógica filosófica; no es un sistema de pensamiento, sino un acto puro de existencia que prescinde de toda necesidad de justificación. Como señala Valdez, el particular se encuentra aislado en esta experiencia incomunicable, por lo que está solo en su fe (Valdez, 2014). Esto refuerza la idea de que la fe no es una doctrina exclusivamente racional —aunque varios físicos y filósofos han dado evidencias racionales sobre la existencia de un Dios— sino, más bien, que para Kierkegaard la fe es un acto existencial que se sostiene por sí mismo.
Tras la ruptura de la verdad, en un mundo dominado por la incertidumbre, la tecnología y la crisis de sentido, el pensamiento de Kierkegaard sigue siendo una alternativa valiente. Su salto existencial representa un acto de libertad ante la coacción de la razón, una apuesta por la fe como única vía para encontrar sentido. En esa dirección, la antifilosofía refuerza esta idea al criticar la confianza absoluta en la evidencia racional y, como argumentó Groys, la razón no es la máxima libertad, sino una nueva forma de control. Por ende, Kierkegaard nos invita a romper con esta lógica y a atrevernos a decidir sin garantías, enfrentando la angustia con fe y autenticidad. En 2025, donde cada decisión parece estar predicha por algoritmos y cada acción medida por su eficiencia, el salto existencial es más necesario que nunca.
En suma, ante la hegemonía de sistemas racionales que pretenden predecir y controlar cada aspecto de nuestra vida —desde algoritmos hasta marcos filosóficos tradicionales—, el salto existencial de Kierkegaard se erige no como una negación de la razón, sino como una afirmación radical de la libertad humana. Si bien la tradición occidental, desde Platón hasta Descartes, ha privilegiado la lógica como único camino hacia la verdad, la antifilosofía demuestra que esta confianza absoluta en la evidencia racional deviene, irónicamente, en una nueva forma de coacción. En última instancia, el salto de fe —lejos de ser un acto irracional— es un desafío ético que enfrenta la angustia posmoderna con suspicacia y audacia, invitándonos a elegir sin garantías, a creer sin evidencias y, sobre todo, a reivindicar la autonomía individual frente a sistemas que buscan reducir la vida a mera lógica. De este modo, en 2025, mientras la tecnología avanza hacia la hiperracionalización, los postulados de Kierkegaard y la antifilosofía nos recuerdan que la existencia más auténtica no se mide en datos, sino en el coraje de saltar hacia lo desconocido, donde la fe y la libertad se funden en un mismo gesto de resistencia, se trata de dar un salto de fe.
Bibliografía
- Alarbid, S. (2008). El hombre de hoy desde el concepto de existencia de Soren Kierkegaard. Revista de Artes y Humanidades UNICA 9(22), 117 – 131.
- Descartes, R. (2013). Meditaciones metafísicas (M. García Morente, Trad.). Ediciones Sígueme. (Trabajo original publicado en 1641).
- Groys, B. (2016). Introducción a la antifilosofía. Eterna Cadencia Editora.
- Kierkegaard, S. (2001). Temor y temblor. Alianza Editorial.
- Platón. (1997). República (J. M. Navarro Cordón, Trad.). Alianza Editorial. (Trabajo original publicado ca. 380 a.C.).
- Valdez, M. (2014). La experiencia de la libertad: Un salto de fe. Estudios de Filosofía, Pontificia Universidad Católica del Perú 12, 154-161.
Autor: Angel Alvaro
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