Desmitificando al “facho” (I): La discusión teórica del fascismo

Introducción

Actualmente, es común toparse en espacios como el de las redes sociales, en la discusión política —tanto en la cotidiana como en la realizada en altas esferas— y hasta en el discurso académico, con un fenómeno peculiar en clave de ataque político táctico y estratégico que pretende desprestigiar y estigmatizar a ciertos sectores de las nuevas derechas presentes en las arenas políticas locales, nacionales e internacionales. Con esto hacemos referencia a la categorización de “facho”, que está relacionada, evidentemente, a la ideología política fascista que tuvo gran relevancia durante el siglo XX, sobre todo en Europa. Esta caracterización irresponsable se utiliza de manera suelta en sectores formales e informales en distintas dimensiones de la política y la sociedad. Por ende, si se pretende escarbar este problema para llegar a la verdad debemos, primeramente, saber de qué estamos hablando cuando aludimos al fascismo y luego verificar o desmentir su relación con las nuevas derechas.

En esta primera parte, se trabajará en función del primer punto: discutir al fascismo de manera conceptual y práctica. En ese sentido, las preguntas que deben direccionar este primer ensayo son las siguientes: ¿Cuáles son los principales elementos que componen al fascismo como ideología y praxis política? ¿Cuál es la caracterización correcta del fascismo? Estas cuestiones y otras, serán respondidas en las líneas que se esbozarán a continuación. Así pues, este ensayo entonces, con el objetivo de entender conceptual y académicamente al fascismo, abordará distintas definiciones del mismo, recurrirá a sus fuentes originarias, explicará el caso específico del nazismo y, adicionalmente, estudiará a la ideología en cuestión frente a diferentes elementos del orden democrático y social.

El Fascismo en general: un breve resumen

1. Definiciones básicas del fascismo

Desde la teoría política, no existe un consenso definitivo sobre lo que se entiende por fascismo; sin embargo, existen aproximaciones interesantes al respecto. Por ejemplo, Stanley Payne (1982) sostiene que el fascismo se caracteriza por sus concepciones negativas; es decir, podemos describirlo a partir de sus “antis”: antiliberal, anticomunista, anticatólico, etc. Sin embargo, la definición mainstream del concepto, presentada por la Editorial Etecé y revisada por Gayubas Alberto, sostiene que el fascismo fue un movimiento de masas con una ideología política que dominó distintas partes de Europa en la primera mitad del siglo XX y que posteriormente tuvo repercusiones en otros puntos del planeta. No obstante, como señalamos, la definición exacta sigue siendo objeto de debate en las ciencias políticas, pues esta visión política promovía un Estado autoritario, antidemocrático y militarista, altamente nacionalista y con persecución a minorías. Sus ejemplos más conocidos en la práctica son la Italia de Mussolini (1922-1943) y la Alemania nazi (1933-1945).

Otra de las definiciones más conocidas del fascismo es la presentada por Umberto Eco, quien sufrió en carne propia su versión italiana. En su libro Contra el fascismo (2018), identificó catorce puntos que determinan sus características fundamentales. Para empezar, Eco señala el culto a la tradición, que concibe el pasado como una fuente de verdad y sabiduría absolutas, sugiriendo que el conocimiento esencial ya ha sido revelado y es incuestionable. Bajo esta lógica, también se rechaza la modernidad, tolerando solo el avance tecnológico en la medida en que no afecte los valores tradicionales de la sociedad. A esto se suma un culto irracional a la acción, en el cual la reflexión y el análisis son percibidos como amenazas. Esta idea se vincula con otra característica: el odio al pensamiento crítico, ya que este fomenta la distinción y el análisis, lo cual se considera peligroso en regímenes autoritarios. Más adelante veremos que el fascismo, en realidad, posee varios puntos incompatibles con el tradicionalismo.

Asimismo, otro rasgo distintivo según Eco es el miedo a la diversidad, que se manifiesta en la xenofobia, el racismo y la persecución de minorías sociales. En este contexto, el fascismo se nutriría de la frustración individual y social en tiempos de crisis, resultando atractivo para una sociedad que busca culpables en momentos difíciles. Con ello, el fascismo construye su identidad sobre un nacionalismo extremo, que implica la creencia de que haber nacido en determinado país otorga superioridad sobre otros. En consecuencia, fomenta la creación de un enemigo, ya sea externo o interno, al que se responsabiliza de los problemas del pueblo. Esto genera la idea de que quienes siguen este movimiento están asediados por enemigos poderosos, pero deben combatirlos de inmediato. En este punto, podemos observar que los fascismos contienen elementos nacionalistas, aunque de manera exacerbada e irracional, llegando a límites chauvinistas.

Otro elemento característico del fascismo, según Eco, es la lucha constante. Para esta ideología, la vida se concibe como un combate interminable y el pacifismo es visto como símbolo de debilidad. Esta mentalidad se refleja en un elitismo popular, donde el líder es una figura infalible que gobierna debido a su supuesta superioridad natural sobre las masas. En esta jerarquía, el ciudadano es llamado a convertirse en un héroe, sacrificando su bienestar personal por una causa colectiva; en este sentido, se vincula con el culto a la muerte.

Según Eco, el fascismo también se asocia con una obsesión por el control sexual, lo que se relaciona con su machismo, el rechazo al feminismo y la persecución de diversidades sexuales. Al mismo tiempo, el fascismo promueve un populismo cualitativo, en el cual el pueblo no es una suma de individuos con derechos, sino una entidad abstracta cuya voluntad es interpretada por el líder. Así, este último controla la democracia, lo que conlleva la pérdida de la legitimidad del sistema parlamentario.

Finalmente, Eco considera que el fascismo se caracteriza por la limitación de los instrumentos del pensamiento racional complejo. Esto se evidencia en el uso de la “neolengua”, un lenguaje simplificado y repetitivo que reduce el vocabulario y genera consignas diseñadas para manipular a las masas, dificultando la expresión de ideas complejas.

Otra definición del fascismo es la presentada por Georgi Dimitrov en su Informe ante el VII Congreso Mundial de la Internacional Comunista (1935). En él, menciona que el fascismo es una forma de gobierno representativa de los intereses de los sectores más reaccionarios, chovinistas e imperialistas del capital financiero. Según Dimitrov, el fascismo responde a los intereses de los capitalistas que buscan suprimir a la clase obrera para consolidar su dominio político y económico. Además, menciona algunas estrategias utilizadas por los fascistas para atraer apoyo, tales como la demagogia social, la manipulación del nacionalismo, un falso discurso anticapitalista, una aparente lucha contra la corrupción y la adaptación de los discursos a su contexto nacional. En este marco, Dimitrov acusa al fascismo de utilizar una retórica “anticapitalista” para atraer a las masas, mientras que en la práctica refuerza el poder del gran capital.

Asimismo, Dimitrov realiza una acotación sobre el fascismo alemán, considerándolo la variante más brutal y peligrosa. Lo caracteriza por su nacionalismo extremo, la persecución violenta de la clase obrera, los campesinos revolucionarios y la pequeña burguesía. También destaca su carácter militar y expansionista, señalando su vinculación con el imperialismo.

Por último, tenemos la definición del filósofo materialista español Gustavo Bueno, quien en su libro El mito de la izquierda; El mito de la derecha (2021) ubica al fascismo dentro de lo que denomina «derecha no alineada con el antiguo régimen». Según Bueno, el fascismo no busca restaurar ni preservar el orden tradicional, sino desarrollar una nueva forma de poder. Dentro de esta categoría, incluye el fascismo italiano de Mussolini, el nazismo alemán de Hitler y otras variantes. Además, Bueno distingue entre las derechas alineadas y no alineadas. La primera mantiene algún vínculo con la nobleza, la Iglesia y la monarquía, y busca preservar ciertos elementos del antiguo régimen, aunque no pueda restaurarlo completamente. La segunda, en cambio, es accidentalista, es decir, no le importa la forma del Estado ni busca restaurar el antiguo régimen ni preservar instituciones tradicionales.

Como hemos visto, existen múltiples definiciones sobre el fascismo, muchas de ellas contradictorias entre sí y con márgenes de ambigüedad. En este sentido, para obtener una comprensión más clara y completa del tema, resulta indispensable remitirse a las fuentes primarias ideológicas y a las manifestaciones prácticas de esta ideología política, así como a sus principales exponentes.

2. El fascismo y sus fuentes básicas: marxismo, nacionalismo, futurismo y más

Para Sternhell, Sznajder y Asheri (1994), las raíces del fascismo hay que ubicarlas en el filósofo francés, teórico del sindicalismo revolucionario y marxista confeso, George Sorel. Sorel, en su libro Reflexiones sobre la violencia (2007), aduce que Karl Marx, principal ideólogo del marxismo clásico, carece de elementos en su teoría para poder hacerle frente al capitalismo, pero, igual reconoce que uno de los aspectos rescatables del mismo es su crítica profunda frente a este sistema; sin embargo, la propuesta marxista se quedaría corta en el sentido de que no ofrece una alternativa clara para solucionar los problemas que diagnostica. Así, Sorel considera que el sujeto revolucionario de Marx, el obrero, no es suficiente para derribar la lógica burguesa y, la propuesta soreliana ante esto consiste en la ampliación del sujeto revolucionario. Los fallos de Marx radicarían en la falta de compatibilidad de sus teorías respecto de lo que sucede en la práctica; es decir, los acontecimientos y la historia no le daban la razón, así que para atenuar su fracaso teórico, Marx solía escribir libros para “corregir” sus “predicciones”. Ejemplos de esto se encuentran en El 18 brumario de Luis Bonaparte o en La guerra civil en Francia. Ante esta situación, Marx planteaba que dentro de las poblaciones obreras existían “saboteadores de la revolución», que serían los pequeños burgueses o agricultores, por ejemplo. Es así que la propuesta de Sorel consistió en trasladar al sujeto político del marxismo clásico, la clase social proletaria, hacia el sujeto de la nación. Con esto, Sorel reincorpora a la pequeña burguesía y al campesinado al nuevo sujeto en cuestión. Esto se puede entender como un intento de resolver la lucha de clases. El pequeño burgués, el funcionario, el agricultor, etc. se configurarían bajo el paraguas de la nación.

Como dato curioso, Sorel vio el ascenso al poder de Vladimir Lenin y de Benito Mussolini. El autor francés elogió ambas revoluciones, ya que, para él, no existió mucha contradicción entre ambas. Por ejemplo, porque Lenin aplicó una revolución nacional y no necesariamente de clase, ya que no aplicó el plan de Marx a rajatabla, mantuvo los kulaks, dejó permanecer a la pequeña burguesía urbana y podía haber empresas privadas de hasta doce trabajadores en la Unión Soviética, por eso que la propuesta se le conoce como marxismo-leninismo. Esto quiere decir que Sorel vio situaciones muy similares en este punto. Entonces, es que el fascismo tomará como base el marco soreliano que veremos a continuación. Como información adicional y pertinente, podemos mencionar que Mussolini fue marxista de joven y que los demás líderes fascistas que lo acompañaron también lo fueron. Además, Mussolini confesó en algún momento que Sorel fue el intelectual que más lo había influenciado.

La siguiente fuente del fascismo y elemento inicial distintivo es el nacionalismo. En esa línea, Enrico Corradini (2023), fundador de la Asociación Nacionalista Italiana (ANI), consideraba, para empezar, que el partido es un movimiento más que un partido per se e hizo hincapié en el fuerte nacionalismo que debía estar presente. Esta lógica debía aplicarse a dimensiones como la económica, por ello es fácil de recordar la política de nacionalizaciones que se llevaron a cabo en gobiernos como el de Mussolini; he aquí presente uno de sus elementos antiliberales más fuertes. También tendieron a apoyar a clases subalternas y no a los más ricos del país. Corradini (2023) también utiliza categorías como las de nación proletaria y las lógicas interclasista e internacionalista.

El tercero de los componentes más sólidos del fascismo fue el Futurismo de F. T. Marinetti, quien fue el director de un grupo vanguardista de inicios del siglo XX que poseía un entusiasmo exacerbado por la tecnología. Además, fueron un conjunto de personas que anhelaban cambiar el orden existente y deseaban despojarse de la sociedad, que ellos denominaban vieja y caduca, he aquí presente un elemento, ahora, antitradicionalista. Esto puede apreciarse en temas como el de la moralidad. Por ejemplo, en Mafarka, el Futurista (2007), texto cuyo argumento central es el de una violación de una mujer por parte de miles de personas, es una clara demostración de que esta visión política está totalmente alejada de alguna postura tradicionalista o conservadora. Al parecer, esta “obra” tenía la intención de argumentar sobre la superioridad biológica del hombre sobre la mujer.

Entre otros elementos que pueden entenderse como fuentes del fascismo, tenemos a Gustave Le Bon y su libro La psicología de las masas (2014), en el que sostiene que el diálogo durante el siglo XIX estuvo lleno de ideologías individualistas, entre ellas el liberalismo. En el siglo XX, según su mirada, este iba a ser el siglo de las masas, por lo tanto, ya no sería solo un espacio en el que reinen las élites, la política iba a tener que dirigirse hacia las masas. Las masas serían susceptibles hacia un líder que las inspire y con esto, luego se pase a la acción política. A la masa no le importa la verdad, solo le interesa seguir lo que ellos quieren escuchar, lo que les sirva, lo que les dé felicidad. Quien proporcione esto, se vuelve el amo de las masas y los que no son enemigos y hasta víctimas de las masas. Estas ideas calaron en el ideario de Mussolini, definitivamente.

Otra posible fuente del fascismo podría encontrarse en Hegel. En sus Lecciones sobre la filosofía de la historia universal (2005), Hegel sostiene que la historia avanza por etapas marcadas por el espíritu, entendido como la voluntad necesaria y racional que impulsa el cambio histórico. Según Hegel, su manifestación se da a través del Estado. Este se consolida cuando los intereses de los individuos y los objetivos estatales coinciden. En caso de conflicto, se intentará suavizar las diferencias, pero, en última instancia, el Estado debe imponerse.

Hasta este punto, hemos desarrollado las principales fuentes de la doctrina fascista; haremos lo propio con el nazismo y, posterior a ello, abordaremos la ideología respecto a distintas dimensiones políticas y sociales.

3. Nazismo: ¿un fascismo más o algo distinto?

Respecto al nazismo, podemos decir que también existe una fuerte discusión sobre si encaja dentro de una forma de fascismo como tal o si es algo distinto; sin embargo, este texto desarrollará sus principales ideas y fuentes en el sentido de considerarlo una forma de fascismo.

El nazismo apenas tuvo tiempo de maduración, a diferencia del fascismo italiano. Hitler no aportó intelectualmente mucho más allá de su libro Mi Lucha (2003), cuyas ideas centrales resumimos a continuación.

Adolf Hitler desarrolla un marco ideológico basado en diversos antecedentes filosóficos y pseudocientíficos que intentan justificar su visión del Estado y la nación. La humillación del Tratado de Versalles tras la Gran Guerra es presentada como el motor del resurgimiento alemán, mientras que la voluntad de poder de Nietzsche se interpreta como la fuerza que impulsa a los individuos y a la nación a superar sus limitaciones. A esto se suma la influencia de Francis Galton y la eugenesia, respaldando la idea de que la raza puede mejorarse mediante la reproducción selectiva, reforzando así el racismo “científico” que atraviesa su pensamiento.

Hitler también adopta el mito de la nación y concibe el Estado como un instrumento para su consolidación. En esta lógica, la sangre se convierte en un elemento esencial para definir el Volk, ya que, para Hitler, no todos los que habitan Alemania son verdaderos alemanes. Por ello, asigna al Estado alemán la función de homogeneizar psicológicamente a su pueblo y consolidar un nuevo compromiso nacional basado en la pureza racial.

Bajo esta misma lógica, Hitler introduce la idea del Lebensraum, el «espacio vital», como un derecho natural de Alemania, argumentando que, al ser una raza superior, sus necesidades deben prevalecer sobre las de otros pueblos. Este carácter racial también se expresa en su visión de los judíos, a quienes asocia con el marxismo internacionalista y considera una amenaza para la pureza y unidad del Estado alemán. En su esquema ideológico, todas aquellas razas que no pertenezcan a la alemana deben ser sometidas a un proceso de purificación, clasificándolas como subhumanas y justificando políticas de exclusión y exterminio. Para imponer y consolidar estas ideas, el régimen recurre a un poderoso aparato de propaganda dirigido por Joseph Goebbels, basado en la censura y la difusión de un único mensaje donde «no hay verdad», solo la narrativa impuesta por el Estado para garantizar la lealtad y uniformidad ideológica del pueblo alemán.

Uno de los principales intelectuales del nazismo, en quien conviene enfocarse, es Alfred Rosenberg (2006), quien en El mito del siglo XX desarrolló la doctrina nazi e incorporó el racismo como elemento diferencial frente a otras propuestas fascistas. Este pensador creía en la existencia de “razas” (concepto hoy ampliamente discutido y refutado) y las jerarquizaba. Sternhell (1994) sostiene que el fascismo italiano, por ejemplo, no era racista como tal, salvo, quizás, en los casos de judíos franceses que se refugiaron en Italia. En este caso, se promulgaron leyes racistas en la República de Saló, pero lo que prevalecía en todo el país era un racismo cultural, no biológico como en Alemania. También conviene diferenciar la perspectiva nazi sobre la raza de la visión de la “nueva derecha” de Alain de Benoist, quien sostiene la existencia de razas, pero sin jerarquizarlas, a diferencia del nazismo, que sí creía en la superioridad racial.

Para entender el nazismo, es fundamental conocer la conceptualización de la raza aria según Rosenberg (2006). Para este, existió una especie de arco ario que se extendía desde la India y Afganistán hasta Islandia, y creía que todos los grandes líderes de la historia fueron arios, entre ellos Zoroastro y Platón. Rosenberg (2006) se basa en un mito nórdico según el cual lo ario nace en Escandinavia. Defiende la tesis de la escasez de arios en el mundo debido a que los “débiles”, es decir, los semitas (judíos y árabes), han promovido el mestizaje para disminuir la potencia aria. Para Rosenberg, el mestizaje es lo peor que puede existir. Este pensamiento se materializó en leyes alemanas que prohibían a los germanos contraer nupcias con ciertos grupos, como los judíos, por ejemplo. Rosenberg propone una jerarquía racial que establece el siguiente orden: blancos (arios, celtas y eslavos), semitas (árabes y judíos), y finalmente, asiáticos y negros. Para él, el mestizaje corrompe la pureza de la raza aria.

Un aspecto interesante de esta jerarquización racial es la aparente contradicción dentro del bloque de las potencias del Eje, especialmente con sus aliados japoneses. Los nazis los consideraban “inferiores”, pero al mismo tiempo existía una fuerte afinidad, ya que los nipones veían de manera racista a los chinos.

Rosenberg planteaba que el plan económico del régimen nazi debía orientarse a “ahorcar a los banqueros”. El título de su obra citada hace referencia a un mito fundacional en el que una rebelión de campesinos pobres contra los junkers prusianos terminaba en fracaso. En este sentido, podemos encontrar ciertas similitudes entre el nazismo y el marxismo. Rosenberg también propone nacionalizar el transporte público y las bibliotecas, además de que la educación debía ser netamente pública. En el caso de Marx, este detestaba la educación pública porque consideraba que el Estado era una superestructura y que la educación perpetuaba la explotación del obrero, sirviendo como un instrumento de dominación de clases. Por ello, Marx proponía la educación popular, lo que marca una diferencia entre ambas ideologías.

El nazismo también presenta rasgos contrarios a la moral tradicional. Por ejemplo, para mantener la raza aria en “buena condición”, se defendían el aborto y la eutanasia, ambos con un enfoque eugenésico. Aunque en términos de propuestas finales coinciden con el feminismo radical, la forma y el fondo son distintos. Desde el nazismo, se apoyaban ciertas causas “progresistas” solo con el objetivo de preservar la “raza” aria; aunque las formas difieren, en el fondo hay similitudes en sus políticas.

Rosenberg también se posiciona contra el catolicismo. Según su pensamiento, una vez resuelta la “cuestión judía”, el siguiente enemigo a combatir serían los católicos. Las diferencias con este grupo surgen en elementos como la lógica paulina, ya que San Pablo eliminó la idea del “pueblo elegido”, lo cual colisiona con el concepto de “pueblo ario”. Asimismo, la doctrina agustiniana, con su énfasis en la confesión y la conciencia de culpa, resulta incompatible con la cosmovisión nazi. Esto se asemeja a la postura de los socialistas, recordando la célebre frase de Marx: “La religión es el opio del pueblo”, que resume su visión de la religión como un obstáculo para la revolución proletaria.

También existen discrepancias en temas de educación. Por ejemplo, los nazis mostraban una especial aversión hacia los jesuitas, dado que esta orden tuvo un rol protagónico en la educación en distintos momentos históricos.

4. El Fascismo contrastado con distintas dimensiones políticas y sociales

4.1. Fascismo y el Estado

El fascismo posee un fortísimo componente estatista, pues cree en la centralización y fortalecimiento del Estado como la entidad fundamental que organiza y guía todos los aspectos de la vida social, económica y cultural, con un carácter antiindividualista. Debido a ello, se opone al liberalismo clásico, pues considera que este niega el Estado en interés del individuo. En cambio, el fascismo afirma que el Estado es una realidad superior al individuo y que la libertad debe ser atributo del hombre real, no una abstracción del liberalismo. Como menciona Mussolini en La Doctrina del Fascismo:

«Puesto que para el fascista todo está en el Estado, y nada de humano o espiritual existe, y menos aún tiene valor, fuera del Estado” (1935, p. 27).

En este sentido, el fascismo es totalitario: el Estado fascista es la síntesis y unidad de valores, interpreta y desarrolla toda la vida del pueblo. Considera que los individuos no son solo clases con intereses particulares, sino, ante todo y sobre todo, parte del Estado. Para el fascismo, el Estado no es únicamente un garante de la seguridad personal ni una organización con fines materiales, como asegurar el bienestar o la mera convivencia. Es, más bien, un hecho espiritual y moral, ya que condensa las estructuras políticas, jurídicas y económicas de la nación. Al organizarlas, deja un margen de acción al individuo, limitando únicamente aquellas libertades consideradas nocivas e inútiles, mientras conserva las fundamentales. Solo el Estado puede juzgar qué libertades deben preservarse. Además, funciona como protector de la nación y garante de la identidad y los intereses nacionales. Según Mussolini, no es la nación la que engendra al Estado, sino el Estado el que da a la nación una voluntad y unidad moral (1935, p. 29).

4.2. Sobre la Democracia y el Fascismo

El fascismo se opone firmemente a la democracia en su sentido liberal, considerándola defectuosa y débil. La ve como una mentira convencional basada en el igualitarismo político y como un mito irresponsable. Para Mussolini, los fascistas rechazan todas las ideologías democráticas, tanto en sus premisas teóricas como en sus aplicaciones prácticas. El fascismo niega que el número, por el mero hecho de ser número, pueda dirigir la sociedad humana, y tampoco cree que el gobierno deba basarse únicamente en consultas periódicas (1935, p. 42). Para el fascista, la democracia no significa excluir al pueblo del Estado, sino organizarlo de manera centralizada y autoritaria. En este contexto, el fascismo se presenta como una “democracia organizada, centralizada y autoritaria” (La Doctrina del Fascismo, 1935, p. 45).

Los fascistas creen que solo un liderazgo fuerte puede garantizar autoridad y eficiencia. Esta forma de “democracia organizada” implica el rechazo a la dispersión del poder y la fragmentación política, que consideran propias de la democracia liberal. Además, el fascismo se opone a la idea de un gobierno basado en la mayoría numérica y choca con el principio de igualdad política. Sostiene que la idea de que cada individuo tenga la misma voz es una falsa ilusión, y en su lugar defiende una jerarquía social basada en diferencias naturales. Esta estructura jerárquica no solo es natural, sino también necesaria para garantizar la cohesión y la dirección efectiva de la sociedad. La participación igualitaria solo genera caos; los roles deben asignarse según las capacidades individuales para mantener la armonía social, esencial para la estabilidad del Estado.

Mussolini intentó aplicar un sistema totalitario, aunque no lo logró completamente debido a factores como la presencia de la Iglesia Católica. Su postura presenta un fuerte matiz antiliberal y antiindividualista, aunque con ciertos elementos de propiedad privada. Defendía una forma de democracia alternativa, en la que la población debía movilizarse en apoyo del régimen. En su visión, el Estado debía ser tan omnipresente que hiciera creer a la población que el régimen controlaba no solo sus acciones, sino incluso sus pensamientos.

4.3. El Fascismo y su visión de la Economía

A nivel económico, los gobiernos fascistas se caracterizaron por su énfasis en el corporativismo. Según Westreicher (2020), el corporativismo plantea un sistema económico y político en el que las instituciones toman decisiones, y los dirigentes de las organizaciones tienen el poder de firmar acuerdos sociales y determinar las condiciones en las que se establecen las relaciones comerciales y laborales. En lugar de una competencia libre entre empresas y una negociación colectiva entre empleadores y empleados, el Estado fascista propuso que estos actores económicos se organizaran en corporaciones sectoriales. Cada corporación representaría un ámbito económico y social, con el objetivo de coordinar la producción y resolver disputas laborales bajo supervisión estatal.

El sistema fue implementado por Benito Mussolini en Italia, donde en 1929 se creó el Ministerio de Corporaciones y, en 1939, la Cámara del Fascio y de Corporaciones. Durante su régimen, el corporativismo fue un elemento central de su política económica y social. Según De Nápoles (1976), la Ley de 1926 marcó un hito en la regulación de las relaciones laborales, pues reconoció los sindicatos pero prohibió las huelgas. El objetivo era que las corporaciones actuaran como intermediarias entre los sindicatos, asumiendo funciones accesorias en relación con ellos (p. 330).

En el fascismo británico, Oswald Mosley, líder de la Unión Británica de Fascistas, propuso una reforma en la estructura gubernamental británica. Según Torregiani (2018), Mosley abogó por la creación de una Segunda Cámara de especialistas en reemplazo de la Cámara de los Lores. Su objetivo era introducir un elemento de especialización técnica en el sistema político, estableciendo corporaciones industriales que representarían sectores económicos específicos.

4.4. El Fascismo y la Religión

La relación del fascismo con la religión varió según el contexto y el liderazgo de cada movimiento. En el caso de Mussolini, utilizó a la Iglesia Católica para legitimar su régimen mediante la firma de los Pactos de Letrán en 1929, que reconocieron la independencia del Estado del Vaticano y establecieron mejores relaciones con la Santa Sede.

El conflicto inicial se remontaba a 1870, cuando los Estados Pontificios fueron expropiados y Roma fue incorporada al Reino de Italia, negando al Vaticano su estatus de Estado independiente. La llegada de Pío XI al papado y de Mussolini al poder permitió una solución a este problema, ya que ambos compartían intereses comunes: el Papa buscaba el reconocimiento del Vaticano como Estado y la recuperación del patrimonio perdido, mientras que Mussolini necesitaba el respaldo de la Iglesia para consolidar su régimen. La Iglesia, a su vez, apoyó los desfiles fascistas y se alineó con Mussolini, proporcionándole la legitimidad moral que requería (Pinzón Rivadeneira, 2012).

Por otro lado, hubo movimientos fascistas con una fuerte orientación clerical, como el liderado por Corneliu Codreanu en Rumania. Su movimiento, la Legión de San Miguel Arcángel o Guardia de Hierro, tenía un fuerte componente religioso y nacionalista. Según Nieto (2015), el movimiento legionario no solo era una entidad política, sino también un movimiento espiritual que rechazaba la mentalidad materialista dominante y promovía valores morales y espirituales.

Finalmente, hubo posiciones fascistas más tolerantes hacia la religión, como la de Oswald Mosley, quien afirmó en 100 preguntas y 100 respuestas sobre el fascismo (1936):

«Creemos en la tolerancia religiosa completa. La actitud fascista está bien resumida por el precepto cristiano “Dad al César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios”. Estamos preocupados por los asuntos de la nación, no por los asuntos de la religión. Ninguna de las grandes religiones predica la subversión del Estado y, por lo tanto, no tienen conflicto con el fascismo. Al contrario, damos su bienvenida pues inculca un sentido de servicio y valores espirituales, y estos son, la esencia del fascismo» (p. 10).

5. ¿El fascismo es un tipo de socialismo?

Para responder a esta pregunta, debemos primero definir el socialismo de manera resumida. El socialismo es una ideología política y económica que aboga por la propiedad colectiva de los medios de producción y busca organizar la economía sobre la base de la planificación y el beneficio colectivo. Históricamente, ha evolucionado desde el socialismo utópico hasta el socialismo científico y su posterior desarrollo crítico con las variantes propuestas por Lenin, Stalin, Mao o Gramsci.

Entre los socialistas utópicos se encuentra Henri de Saint-Simon, considerado uno de los primeros teóricos del socialismo. En su obra El nuevo cristianismo (2004), propone una sociedad dirigida por científicos, industriales y artistas, en la que el Estado garantice el bienestar para todos. No buscaba la abolición de la propiedad privada, pero sí la de la herencia. Otro de los primeros representantes fue Robert Owen, quien afirmaba que la desigualdad provenía de la propiedad privada, la religión y el matrimonio. Una de sus acciones más destacadas fue la fundación de la comunidad de New Harmony en Estados Unidos, la cual fracasó rotundamente.

Posteriormente, Karl Marx y Friedrich Engels transformaron el socialismo utópico en socialismo científico, basándolo en una teoría económica, política y filosófica estructurada. Entre sus principales aportes se encuentra el método dialéctico, que plantea que la historia avanza a través de contradicciones, lo cual Marx aplica al análisis de las relaciones de producción en su obra El Capital (2002). Otro aporte fundamental es el concepto de materialismo histórico, según el cual la economía es la base de la sociedad y determina las ideas y relaciones sociales. Esta teoría se expone por primera vez en La ideología alemana (2014).

Con esta breve definición y considerando las secciones analizadas a lo largo del texto —particularmente aquellas sobre las fuentes del fascismo y las contrastaciones en dimensiones como el Estado, la democracia, la religión y la economía— es posible identificar similitudes concretas y evidentes entre ambos paradigmas ideológicos. En este sentido, podemos afirmar que el fascismo, tomando como referencia principal el socialismo, puede considerarse una forma de socialismo con sus propios matices y diferencias, pero con raíces comunes y similitudes claras.

Conclusiones

En síntesis, el fascismo es una ideología política compleja y debatida, caracterizada por su rechazo al liberalismo, al comunismo y a la democracia, así como por su énfasis en el nacionalismo extremo, el militarismo y la estructura jerárquica y autoritaria del Estado. Aunque no existe una definición única, autores como Stanley Payne, Umberto Eco y Georgi Dimitrov han identificado ciertos rasgos principales, aunque sus definiciones suelen ser dispares y difusas entre sí. Por ello, recurrimos a su génesis ideológica, en la que convergen diversas corrientes, como el marxismo (en la interpretación de Sorel), el nacionalismo radical de Corradini y el futurismo de Marinetti, además de influencias de pensadores como Hegel y Gustave Le Bon.

En el ámbito económico, el fascismo propuso un modelo corporativista en el que el Estado regulaba la producción y mediaba entre empleadores y trabajadores para eliminar la lucha de clases. Su relación con la religión varió según el contexto, desde la alianza estratégica de Mussolini con la Iglesia católica hasta la visión antirreligiosa del nazismo, que consideraba al cristianismo un obstáculo para su proyecto racial.

Aunque el nazismo comparte muchas características con el fascismo, se diferencia por su énfasis en el racismo biológico y la eugenesia, promovidos por pensadores como Alfred Rosenberg, lo que llevó a políticas de exterminio sistemático de minorías. A nivel político, el fascismo rechazó la democracia liberal y promovió un modelo de «democracia organizada», en el que la autoridad del Estado debía prevalecer sobre el individuo y la sociedad. En este sentido, el régimen fascista de Mussolini defendió una centralización absoluta del poder, argumentando que la nación no crea al Estado, sino que el Estado crea a la nación.

Finalmente, el texto plantea la pregunta de si el fascismo puede considerarse una forma de socialismo. Se argumenta que, pese a su fuerte carácter anticomunista tanto en el discurso como en ciertas prácticas, comparte elementos centrales con el socialismo, como la intervención estatal en la economía y una visión colectivista de la sociedad. Con base en estas similitudes, podemos concluir que el fascismo es, en esencia, un tipo de socialismo, siendo incluso más socialista que la socialdemocracia, por ejemplo.

Bibliografía

Autores: Christian Luján y Juan Ramírez

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